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Por: Roberto Sosa — 18 de junio, 2012
Con cuatro funciones en el mes de junio, se presentó en el Palacio de Bellas Artes la ópera Nabucco de Giuseppe Verdi, con las actuaciones de Genaro Sulvaran y Juan Orozco, alternando los personajes de Nabucco y Giorgio Ronconi; Elena Pankratova y Bertha Granados interpretando a Abigaille y Giuseppina Strepponi; también participaron Noé ColÃn, Belem RodrÃguez, Carlos Arturo Galván, Alejandro López, Verónica Murúa y Ãlvaro Anazaldo; dirección escénica de Luis Miguel Lombana y concertadora de Niksa Bareza al frente de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes. La parte coral estuvo a cargo del Coro del Teatro de Bellas Artes.
Desde 1994 Nabucco no se presentaba en México, es una ópera que en lo particular recuerdo con afecto, fue mi primera experiencia con este género musical y desde ese momento, supe que en mi vida habrÃa siempre un espacio para esta manifestación artÃstica. Asà que no podÃa dejar de ver esta nueva versión.
Digo nueva por dos motivos: no se escenificó conforme a la época en que se narran los hechos (sólo una parte del cuarto acto) y se cuentan dos historias simultáneamente. Hubo quienes festejaron por lo diferente y original, desde mi particular punto de vista, yo sentà que fue una versión ambigua.
Cabe señalar que la ejecución vocal y coral, asà como orquestal, fue de primer nivel, sin duda extraordinaria; en la parte escénica y el desarrollo de la obra, es donde tengo dudas. Al inicio, en la obertura, aparece en la pantalla de súper tÃtulos: Italia, primavera de 1842 y en el escenario vemos a Giuseppe Verdi, trabajando en la partitura de Nabucco, meses antes de su estreno; después aparecen en la escena los cantantes y el coro que han de representar la obra; el sitio (también ambiguo), no es claro, no se sabe si es el vestÃbulo de un palacio o el lobby de un teatro, ahà inicia el ensayo con el elenco vistiendo ropa que se usaba en Italia, a finales del siglo XIX.
En los tres primeros actos, se canta y actúa la obra en un mismo escenario y el elenco aparece con el mismo vestuario, es decir, nos presentan a Nabucco desde una visión al momento en que se preparaba su estreno. Vemos el enamoramiento como lo fue en la vida real de Verdi con la soprano Giuseppina Strepponi; los acontecimientos que rodearon el estreno; y lo más increÃble, representan la muerte del compositor con un actor que entra a escena muerto y que se supone es Verdi. Asà que por un lado vemos al músico siguiendo los “ensayos†de la pieza, y por otro vemos a Verdi tendido, sin vida, mientras la multitud entona (como sucedió realmente en su muerte) Va, pensiero. Es decir, nos encontramos con dos Verdi en escena.
Después de tres actos, dos intermedios y una pausa, el último acto da inicio con el despliegue de una escenografÃa diferente (que muestra la etapa en que suceden los acontecimientos, según el libreto), que representa un calabozo donde tienen preso al rey Nabucco y otros personajes aparecen con el vestuario propio.
Viene el desenlace, la muerte de la villana, el retorno de Nabucco a su trono y cae el telón con el aplauso del público. Lejos quedó la versión que vi hace 18 años. Aquella función se apegó al guión, se cuidó cada detalle escénico, el vestuario y toda la producción reflejaban la época del Rey de Babilonia, Nabucodonosor, incluso al entrar al escenario, lo hizo en un caballo real.
Nabucco de Giuseppe Verdi se estrenó en Milán, en el afamado Teatro alla Scala, el 9 de marzo de 1842, con libreto de Temistocle Solera; ópera en cuatro actos, dos intermedios y una pausa.
El estreno en México fue en el Teatro Nacional, el 23 de noviembre de 1856. La primera ocasión que se representó en el Palacio de Bellas Artes, fue en versión de concierto, el 15 de marzo de 1963, y el 15 de octubre del mismo año tuvo su primera versión escenificada. La última producción que se apreció en este escenario, fue el 20 de febrero de 1994.
A casà dos décadas de esta última presentación, la versión 2012 de Nabucco quedó a deber. Los melómanos más estrictos han sido bastante más duros con ella, personalmente mi enamoramiento con el repertorio verdiano me impede ser lapidario y no caer seducido ante la música que al fin al cabo es lo que cuenta… Si la promoción de la cultura radica en el lenguaje visual, la imagen del cartel y el programa de mano me recuerda a las monografÃas de la escuela. Usted querido lector tiene la última palabra.
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