
Por: Enrique R. Mirabal — 1 de diciembre, 2005
El calendario operático concluye en Bellas Artes con un tÃtulo siempre bienvenido para los melómanos: La traviata. No es necesario aclarar que el compositor es Giuseppe Verdi ni que el libreto de Francesco Maria Piave parte de La dama de las camelias de Alejandro Dumas hijo porque estos datos son del dominio público tanto asà como saberse la letra de Cielito lindo.
La producción encargada del cierre del año cuenta con la estupenda escenografÃa que el maestro David Antón realizara en la pasada década y que sobrevivió al incendio de las bodegas del INBA. La dirección escénica es de Agnese Sartori y el maestro concertador es Alfredo Silipigni, muy conocido en la CompañÃa Nacional de Opera por haber toreado a su orquesta en varias ocasiones.
Un doble elenco en los papeles principales de Violeta y Alfredo permitirá seleccionar la función de acuerdo a las expectativas de cada quién: Olivia Gorra, una soprano que consolida su profesión cada vez con mayor determinación y el tenor también mexicano, Jorge López Yáñez, de larga y fructÃfera carrera en casas de ópera europeas, principalmente en Suiza. Alternan Celia Gómez y Dante Alcalá, recientes lanzamientos de la ópera mexicana. El papel de Germont padre será cantado en todas las funciones por el barÃtono Jesús Suaste.
La última de las óperas plenamente belcantistas de Verdi y considerada desde la segunda mitad del siglo XIX como la más apasionada en su género, tuvo que sortear entonces algunos obstáculos que hoy se antojan ridÃculos, casi equiparables a los recientes dictados vaticanos de Herr Ratzinger.
El argumento situado en tiempo presente ( se estrenó en 1853) con una cortesana parisina (léase prostituta de lujo) como personaje central y emblemática de un amor puro y sacrificado no fue, en los dÃas de su estreno bien acogido por un público acostumbrado a los decorados medievales y a las intrigas de casas reales con héroes y heroÃnas de indubitable altura épica.
Para completar el estuche de monerÃas, Violeta ( Margarita, la dama de las camelias del original) padece el mal del siglo (XIX), la tuberculosis, tose en escena y, aunque no se muestren las hemoptisis, se podÃa inferir su desagradable aspecto puesto que la epidemia estaba a la orden del dÃa.
Si repasamos estos detalles a los que se deben agregar insultos y reclamos en tono exaltado por parte del amante despechado y el que Violeta pase a ser de fiel amante a protegida de un rico barón en menos de veinticuatro horas, completan el cuadro de licencias sociales que plasmaban con tanto tino a la Francia entre imperios. Poco duró el reclamo social, en breve La traviata pasó a ser epÃtome del amor ideal, compitiendo en rating con Romeo y Julieta.
Asà ha llegado a nuestros dÃas, con ese regusto a copas de champagne y rostros empolvados y miriñaques danzarinos, con melodÃas ( el llevado y traÃdo Brindis) que, a fuerza de oÃrse hasta el cansancio ya son tarareadas y consumidas hasta por aquellos que nunca han visto ni oÃdo una ópera.
No importa que los crÃticos snobs lancen dardos llenos de vinagre y curare contra Verdi. Dejémosles con su amargura en el rincón de los aburridos. Siempre habrá incondicionales dispuestos a abarrotar una sala donde se represente La traviata y a responder con júbilo a las melodÃas y frases ligeras, tarareables, incluso silbables. Todo forma parte de un legado al que ningún sibarita puede sustraerse. Libiamo.
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