
Por: Colaborador Invitado — 9 de abril, 2007
Ciudad de México.- Soy horrible, soy horrible, no deberÃan permitirme cantar mis canciones de inmundicia a una audiencia decente, pero me siento orgulloso cuando ofendo a la gente, una gran dosis de cinismo es emitida por la voz dramática de MartÃn Jacques. El Teatro de la Ciudad estaba llenó de gente a la que le gusta reÃrse por detalles de dolor. Martyn Jacques, Adrian Huge, percusiones, y Adrian Stout contrabajo y serucho, llevan desde finales de los ochenta ofreciendo su peculiar visión de la música bajo el nombre de The Tiger Lillies.
Acompañados de una exacerbada teatralidad en voces, instrumentos y el tratamiento de los temas. Una noche en la que uno se transporta al BerlÃn de los años treintas para disfrutar de historias repletas de excentricidades, blasfemias y locuras, pero también de fantasÃa, poesÃa, magia y amor. Humor británico para celebrar una oscura danza macabra, un freak show que refleja la parte más oscura de la vida, guiado por una impactante y pendular voz de Martyn Jacques, de la que emergen falsetes exagerados, o se sumerge en lúgubres cavernas.
Voz sorprendente, que alcanza registros subterráneos y agudos filosos, juega creando una y otra vez atmósferas, espacios sórdidos, su rostro maquillado de blanco con algunos toques en negro que acentúan sus rasgos, lo hace parecer a un tiempo un payaso y un ser grotesco y soez, un derrotado de esos que dibujó Dickens, o un terror nocturno de los descritos por Stephen King.
Este trÃo ingles hace música al estilo Bertolt Brecht. Pocos son los recursos y grande la belleza escénica de los objetos; un piano, una baterÃa complementada con juguetes, campanas y muñecas como bataca.
Un serrucho que se toca con un arco; el vestuario nos remite a cierta pobreza, sacos amplios, pantalones teatralmente remendados, sombreros. Sin embargo, todo, absolutamente todo, está impregnado de la personalidad del grupo de su pasión, de su rabia escénica.
Basándose en la música del cabaret de los años treintas y en lo que ellos llaman punk, logran un espectáculo de alta calidad musical y teatral. Los referentes de ese teatro musical alemán son evidentes, la música invita a la fiesta, a la burla, a la sátira, es a veces melancólica y a veces parece una queja continua de un dolor de antaño.
Es entonces donde surge el contraste y con él la diversión fársica para los espectadores. La farsa es un género en el que dos sensaciones se combinan a un tiempo provocando una risa hilarante, liberadora que rompe con los convencionalismos y se burla de las normas de la sociedad. Letras macabras, cargadas de violencia narran historias de drogadicción, el abuso a menores, las perversiones sexuales, con “toques” de rabia a tal grado que el exceso termina por desembocar en risa y el resultado es disfrutable, elegante y complejo.
La interpretación hace lo mismo que los temas, encuentra contrastes precisos, pausas, progresión, ritmo escénico. Los cambios en la iluminación, la selección de las áreas iluminadas y de los focos de atención acentúan los efectos de la música, su fuerza y el resultado no se hace esperar: un hipnótico espectáculo musical donde la belleza y la enfermedad de la vida moderna lo hacen grotescamente, y al final siempre termina juntos. Fotos: Joel MartÃnez
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