
Por: Enrique R. Mirabal — 1 de abril, 2011
El compositor y director polaco es considerado uno de los grandes del siglo XX.
Al término de la Segunda Guerra Mundial y, particularmente, en la década de los 50 del pasado siglo, el marco referencial de la música llamada clásica o culta cambió rápida y radicalmente en los paÃses europeos de reconocida raigambre musical y en algunos paÃses de América Latina como fue el caso de México –con Silvestre Revueltas a la cabeza de los cambios en los años 30– y, por supuesto, en Estados Unidos donde figuras como Charles Ives y Edgar Varese habÃan marcado la puesta al dÃa en el universo posterior a La consagración de la primavera.
Polonia, como nación, ha pasado por etapas turbulentas que se remontan al imperio zarista y continúan con el soviético. Al caer bajo la égida de la URSS, los intelectuales y artistas polacos, en su mayorÃa, cerraron filas frente a cualquier imposición o directiva de los soviéticos y alcanzaron una correlación sana con las vanguardias de la Europa Occidental y un alejamiento prudencial pero firme del realismo socialista que nunca pudo fructificar en la tierra natal de Chopin.
Krystof Penderecki, nacido en 1933, estuvo involucrado en un camino de búsquedas, experimentaciones y acercamientos a las principales corrientes de la música occidental antes de derivar, a partir de los años 60, hacia una revalorización del pasado clásico en formas y contenidos, particularmente, el religioso.
No es necesario aclarar la genuina fe católica que, entre los polacos, prendió desde la Edad Media hasta la fecha y a la que muchos compositores se sintieron atraÃdos de una manera sincera. La Pasión según San Lucas es un ejemplo de este catolicismo acendrado en el quehacer de Penderecki.
En las salas de concierto y de grabación, el Treno para las vÃctimas de Hiroshima y otras obras del polaco atestiguan cuán involucrado se ha mantenido el compositor con relación a su tiempo y a los acontecimientos que han marcado momentos de horror y dolor en la humanidad.
Visto asà puede sonar de una corrección polÃtica a la moda; sin embargo, en Penderecki se manifiesta a manera de compasión y no como una simple fórmula. El oratorio Las siete puertas de Jerusalén, escrito para dos coros, una nutrida orquesta y varios cantantes solistas, es una de sus últimas obras escritas en el siglo XX.
En los dos conciertos que podremos escuchar en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes (2 y 3 de abril), Krystof Penderecki dirigirá la SinfonÃa Varsovia, conjunto cuyo origen se descubre en 1984 con la formación de la Orquesta de Cámara de Polonia y el reconocido violinista Yehudi Menuhin como director.
El programa que se escuchará en Bellas Artes está compuesto por dos piezas de Penderecki: Agnus para orquesta de cuerdas y Chacona, obra en homenaje al Papa Juan Pablo II. Se complementa con Concierto para orquesta de cuerdas de Grazyna Bacewicz (1909-1969), una de las compositoras más rigurosas del siglo XX, alumna de Nadia Boulanger, reconocida en vida por sus obras de gran formato asà como por su música de cámara.
Además, de un tercer polaco, Henryk Górecki, de quien se interpretará Tres piezas en estilo antiguo, quizás, el más conocido del gran público debido a la popularidad que alcanzara en los años 90, su Tercera sinfonÃa con voz solista, Lamentaciones, un hito que rebasó las salas de concierto y llegó a discotecas de BerlÃn cual música new age.
Finalizan los conciertos de la SinfonÃa Varsovia con Souvenir de Florencia de Tchaikovsky, originalmente un sexteto para cuerdas que ahora escucharemos en versión aumentada para orquesta de cuerdas. Un buen final, contrastante y armonioso que reconcilia a polacos y rusos de buena voluntad.
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