
Por: Enrique R. Mirabal — 29 de marzo, 2011
La Norman ofreció un recital all american…
Cuando hablamos de verdaderas estrellas a su paso por México, deberÃamos referirnos más bien a cometas, como el Halley, por los años que transcurren entre una aparición y la siguiente.
Jessye Norman nos ha visitado a grandes saltos en el tiempo, desde sus inicios en los años 70 hasta la anterior ocasión a comienzos de la pasada década. El pasado sábado 26 de marzo, la soprano norteamericana pisó por vez primera la extensión del proscenio de Bellas Artes que cubre el foso de la orquesta para brindarnos un recital de pura música de su paÃs, comenzando por los musicales en la primera parte y culminando, en la segunda, con lo que ella bautizó como Tributo a los grandes, una suerte de ofrenda vocal a excepcionales cantantes negras del pasado.
A sala llena y con un público entusiasta y devoto, La Norman, desde su aparición, mantuvo en un estado de arrebato al auditorio, refrendando al término de cada interpretación la invisible pero muy audible lÃnea de comunicación entre artista y público.
EmpatÃa, adoración y todo el rosario de expresiones al uso en las crónicas de espectáculos fueron el común denominador de la noche. ¿Qué se mantiene inalterable y qué ha variado desde la vez anterior en que cantara con orquesta un programa cuyos platos fuertes supieron a Wagner y a Richard Strauss? SerÃa superfluo el recuento mas no imposible.
Los años decisivos en la carrera de toda soprano dedicada al mundo de la ópera, el lieder y la música de concierto goza de un punto cimero entre la tercera década de su vida y hasta cumplir los cincuenta y tantos años, perÃodo que varÃa según las peculiaridades de cada voz y el cuidado que el artista le haya prestado a su garganta.
Quienes queman etapas o se saltan los paulatinos e inevitables cambios intrÃnsecos en toda evolución, exigencia de la anatomÃa, fisiologÃa e higiene del cuerpo humano, sufren las consecuencias de un deterioro prematuro mientras que otros demuestran que la sensatez prolonga vidas y voces.
Jessye Norman ha llevado con absoluta propiedad una carrera larga, fructÃfera, respetable y única por el sello inequÃvoco de su timbre y la amplia gama de colores en una tesitura inusual, con un registro que se expande desde lo dramático a lo lÃrico sin ninguna dificultad para alcanzar los agudos y con volumen tan extraordinario como su formidable fisonomÃa.
De esta singularidad ha derivado un repertorio ecléctico en el que se movió cómodamente por mucho tiempo: del barroco Purcell a la música contemporánea, de la ópera verdiana a la música de concierto francesa, de Salomé a los spirituals y el gospel, literalmente, con la mano en la cintura. Lo impresionante es sentir en sus interpretaciones la ausencia de esfuerzo, la seguridad al emitir notas y frases de compleja imbricación y la fidelidad a la lÃnea de canto en cada una de las partituras que abordó.
En la celebración del musical americano con el que en esta última visita abrió su recital en Bellas Artes, escuchamos algunos de los números cimeros del género según el genio creativo de Leonard Bernstein, Richard Rodgers y el insustituible Gershwin.
Acompañada del espléndido pianista Mark Markham, virtuoso acompañante y solista sensible y seguro, la voz de Jessye Norman brilló en sus interpretaciones personalÃsimas, en tempi más lentos que lo habitual y algo apartadas de las usuales versiones con orquesta de cantantes de registro más limitado y, por lo tanto, con ciertas licencias en su emisión de voz, cosa muy común en un género que exige versatilidad y dominio escénico más que un canto purista y ortodoxo.
Esto no quiere decir que la versión de Norman fuese inexpresiva, en todo caso, más alejada del proyecto dramático y más centrada en el canto. Arrancó aplausos y bravos con su The man I love de Lady Be Good y con My man´s gone now de Porgy and Bess, ambas de Gershwin.
La segunda parte fue de entrega total, muestrario de diferentes estilos asumidos e incorporados al interior de la soprano con absoluta naturalidad y dominio pleno del mundo interior que forjó a cantantes negras como Odetta, la recién fallecida Lena Horne, la sensual voz de Ella Fitzgerald con sus ralentadas canciones y Nina Simone, homenajeada en My Baby just cares for me, un tour de force interpretativo con sentidos y sinceros apoyos emocionales.
En cada una de las canciones seleccionadas, Jessye Norman hizo gala de recursos escénicos de gran efectividad, algunos sutiles, otros muy subrayados pero siempre poseedora de una variedad gestual que comprueba el aplomo que da la experiencia.
Cerró su programa con Duke Ellington, el único autor afroamericano en una noche en la que los compositores judeo-americanos marcaron la pauta de la negritud. Igual sucedió con la incorporación del negro en el cine hollywoodense: los únicos que se ocuparon de presentar a los negros como seres humanos complejos y sensibles, con infinita solidaridad, fueron los judÃos.
El último encore, con standing ovation obligatoria fue la imprescindible Amazing Grace con acompañamiento del público en un gigantesco coro a bocca chiusa que hubiera envidiado el mismÃsimo Juan Pablo II.
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