
Por: Enrique R. Mirabal — 8 de enero, 2011
Entre las varias propuestas teatrales en cartelera para el fin de año, las idas al teatro fueron, en la mayorÃa de los casos, prescindibles y también decepcionantes, a pesar de las expectativas creadas.
En el caso de Un dios salvaje de Yasmina Reza, las cosas tomaron otro tono debido a varios factores que influyeron en el resultado total del montaje, incluida la lectura inferida del texto original, traducido del francés en primera instancia, y adaptado por Fernando Masllorens y Federico González del Pino para esta ocasión.
Yasmina Reza es una escritora y actriz francesa que ha logrado atraer el interés del público y directores de Europa y América, norte y sur incluidos. Tal vez, su obra más representada, por cierto, con mucho éxito, ha sido Arte, la cual conservó su tÃtulo original en las traducciones a diferentes idiomas.
Reza es una aguda observadora de la sociedad de primer mundo, del entorno de la burguesÃa con cierta ilustración o barniz cultural y con tendencia a un snobismo que se empeña la autora en destacar con estridencia, siempre con una sonrisa irónica o mordaz, según el caso.
Un dios salvaje (Le dieu du carnage, tÃtulo original en francés) conserva la fórmula que la autora defiende como la mejor manera de exponer sus puntos de vista sobre el Hombre.
De manera textual, se cita en el programa de mano: “No creo que el ser humano sea pacÃfico. Pienso que no evolucionó desde la Edad de Piedra …†La tesis se sostiene con demostración y corolario, LQQD, en Un dios salvaje.
La puesta que nos ocupa, que continúa temporada a partir del 13 de enero en el Teatro Fernando Soler del Centro Teatral Manolo Fábregas, es producida por OCESA y dirigida por Javier Daulte con experiencia previa en el montaje argentino de la obra y, al parecer, con bastante aceptación.
Dos parejas se reúnen en un apartamento con todos los elementos decorativos al uso dentro de la clase media a este lado y al otro del Atlántico (escenografÃa de Alicia Leloutre).
Si mucho se ha hablado del llevado y traÃdo bullying, aquà va una variante de la violencia entre niños de 11 años y los resultados que se discuten entre padres: dientes rotos y un hematoma de gran tamaño.
Éste es el punto de partida para observar, como en laboratorio, las reacciones de los cuatro personajes, sus altibajos emocionales, la fragilidad de las convenciones sociales presumidas como buenas costumbres o modales básicos para socializar y el nivel de agresividad al que pueden llegar sin mucho esfuerzo.
La dinámica en la que involucra Daulte a sus actores descansa en la capacidad de improvisación de estos y en la gestualidad con tintes cotidianos que proyectan, subrayando una especie de hiperrealismo que exhibe el director como marca de agua.
En este sentido, encontramos vasos comunicantes entre el ritmo exigido y la naturalidad frÃamente calculada que nos ha dejado catar Daniel Veronese en obras de su autorÃa que ha dirigido en México, Mujeres soñando caballos, por ejemplo- y también en el Glengarry Glen Ross de Mamet que montó para el Teatro Español.
Los actores involucrados, Ludwika Paleta, Rodrigo Murray, Mónica Dionne y Flavio Medina, han logrado un ensamble coherente, ajustado en tiempos e intenciones, desigual en su naturalidad pero eficaz y entretenido a fin de cuentas.
Por momentos asoman algunos tics que los primeros actores mexicanos de antaño han dejado como escuela/secuela y que lastra la vitriólica intención de Yasmina Reza al convertir su dosificado humor en fácil carcajada.Ludwika Paleta imprime un increÃble ritmo a la obra y contagia y estimula a sus compañeros en la escena con lo que podrÃa llamarse una capitanÃa de grupo.
Mención aparte merece la burla nada velada de la autora a la corrección polÃtica de fórmula que ha impregnado, precisamente, a la clase media retratada y satirizada en Un dios salvaje. Buen ejercicio de estÃmulo al trabajo actoral de los jóvenes no tan jóvenes y, para el público, un intento de puesta al dÃa (sin adjetivar), en lo que a teatro contemporáneo se refiere.
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