
Por: Enrique R. Mirabal — 6 de junio, 2014
Escribir obras teatrales con vistas al público infantil es tan difÃcil y retador que muy pocos autores se arriesgan a ser juzgados por la más exigente, auténtica y espontánea de las audiencias posibles.
Sin prejuicios ni compromisos, los niños reaccionan en el teatro con gritos, interpelan a los actores (interactúan es el tópico favorito en estos dÃas), aplauden y rÃen pero también bostezan como preludio del sueño inevitable, si están aburridos. Maribel Carrasco es, entre los dramaturgos mexicanos, una de las más perseverantes y exitosas en el teatro infantil. Con estos antecedentes, acudimos con optimismo a la puesta de su obra Morritz y el pequeño Mons en el Teatro Sergio Magaña (Sábados y domingos, hasta el 29 de junio).
Elementos escenográficos de fácil identificación con el universo infantil, la guÃa de una narradora omnisciente y los sonidos y acordes musicales ad hoc para la trama crean el ambiente propicio para invitarnos a conocer los miedos que asaltan a la pequeña Morritz en la vÃspera de su cumpleaños número cinco. Morritz se rebela a unos padres que nunca veremos pero que conoceremos por sus acciones como la de obligar a la niña a acostarse sin haber cenado a manera de correctivo.
Todo se convertirá en una sucesión de peripecias a medida que la noche avanza y Morritz tiene la urgencia de hacer pis pero, para llegar al baño, deberá atravesar un oscuro pasillo poblado de sus propios miedos convertidos en criaturas aterradoras y amenazantes. Inevitablemente, nos hace recordar El niño y los sortilegios de Colette/Ravel, un parteaguas entre la ilustre tradición de los Grimm, Perrault y el folklore medievalista y la estética del siglo XX.
Lo primero que agradecemos y celebramos en Carrasco, como creadora, es la ausencia de un lenguaje y situaciones ñoñas o melifluas, el no ver ni tratar a sus personajes infantiles ni al público al que van dirigidas sus obras como seres incapaces de percibir lo que realmente sucede a su alrededor y al interior de sà mismos.
Quizás va un poco más allá cuando, en palabras de Morritz, una niña común de cinco años, ésta se cuestione cuál es su lugar en el mundo.
En este punto, subrayaremos que el texto apela de igual forma a los niños como a los padres que les acompañen. Algunas situaciones como las desavenencias de los padres, ventiladas a voz en cuello en el hogar y que no pasan inadvertidas para la niña, pueden agravar los temores nocturnos. Asà planteado, sin enfatizar en lo que de por sà es relevante, es otra virtud que aparta a Carrasco del tono catequizante de otros autores de obras infantiles.
Los tres actores participantes, Verónica de Alba, Ricardo Palacio y Daniela Arroio, están dirigidos con seguridad e inteligencia por una sensible actriz que aquà debuta como directora, Marina Boido.
El limpio pero nada sencillo trazo escénico, el manejo de lo gestual con mesura, apoyando lo dicho pero no queriendo ganarle a la palabra que es tan importante en este caso asà como el tono apropiado para cada personaje, con particular cuidado de no caer en los vicios comunes de sentimentalismo y compasión, identifican a Boido como una directora que tenemos que tomar en cuenta a partir de esta opera prima como una potencial alternativa a lo trillado y barroco del teatro que se hace en este Distrito Federal.
Enhorabuena y bienvenida al otro lado del escenario sin que olvide su vocación inicial como actriz. La reacción de los niños en el Teatro Sergio Magaña fue la mejor señal de que Marina Boido va por el camino correcto con Morritz y el pequeño Mons.
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