El último teatro del mundo… o cómo recobramos la magia de sorprendernos

Por: Josué Romero — 30 de septiembre, 2016

La primera vez que fui al teatro tenía siete años. Me asombró entrar a un lugar tan grande y asombroso, lleno de asientos y decorado con muchos “chinitos”. Me decía para mis adentros que era como un cine pero más bonito. Recuerdo que no entendía que pasaba con la “primera”, “segunda” y “tercera llamada”, pero en el instante en que se apagaron las luces y se abrió el telón, descubrí todo un mundo maravilloso que se abría ante mis ojos: era la magia del teatro.

Me gustaría pensar que esa misma sensación la vivieron los Romero dos y tres (Carlos y Manolo, mis hijos) cuando fueron por primera vez al teatro. Déjenme decirles que esa misma sensación, la de “la primera vez”, la volvimos a sentir ahora juntos, cuando el domingo pasado estuvimos en el Teatro Helénico y fuimos envueltos en la magia de El último teatro del mundo, una puesta en escena escrita y dirigida por José Manuel López Velarde.

Como todos ustedes saben, queridos lectores de Interescena, ir al teatro es todo un ritual. Desde la llegada hasta el cierre del telón, cuando emprendes el camino rumbo a la salida y ya afuera te enfrentas a la realidad. Pero en esta propuesta de López Velarde, desde que uno entra al teatro y caminas hacia los asientos, lo primero que ves es un gran escenario de colores, lleno de objetos incomprensibles y de una combi estacionada.

¡¡¡Si, una combi estacionada en el escenario!!! Una ecena que nos confirma el inicio de un viaje fantástico con destino a un lugar donde todo está por suceder.

Aquí, la primera, segunda y tercera llamada no son la voz de un desconocido que viene de ultratumba, por el contrario, es una voz festiva, llenas de baile y color, un llamado que nos prepara para ser testigos de un viaje que nos hace volver al origen de alguna historia —el gusto por el teatro— y reflejarnos en un espejo llamado escenario de una manera ingeniosa, divertida y entrañable de soñar.

Quiero decirles que es difícil escribir una reseña que me ha originado demasiados sentimientos y todos ellos buenos. Por lo tanto, se me hace una gran injusticia escribirles, muy por “encimita”, sobre Pina, una catarina en busca de grandeza a quien le han dicho que para obtenerla necesita buscar el último teatro del mundo y para entrar en él tiene que demostrar que posee el verdadero sentido de aquello que representa la fantasía de la vida.

Así pues, en esta aventura, la pequeña catarina se encontrará en el camino a una serie de personajes, bastante bizarros, que la acompañarán y se cuestionará ante la disyuntiva de saber si la fama será esa magia que necesita o si dentro de su ser habita esa luz que le otorgará la grandeza que anhela.

Y es, en ese camino, donde descubrimos que El último teatro del mundo es una obra de teatro dentro de otra obra de teatro donde complejamente las escenas se vuelven una historia por descubrir; donde, poco a poco, las piezas salen a la luz para ser armadas en el escenario, y así descubras los tiempos, conceptos y nombres que finalmente te llevarán a esa magia inexplicable que se forma desde el momento mismo en que se apagan las luces.

En suma, en cada escena de El último teatro del mundo te encuentras con un homenaje al teatro y por supuesto con los actores, porque sin ellos el teatro no puede existir. Y en esta propuesta de José Manuel López Velarde, además bailan al ritmo de la música creada por Iker Madrid, porque ésta obra más allá del hecho teatral también juega con la música, o sea es un musical que nos regala melodías frescas y maravillosas con un toque muy personal que hacen de esta puesta en escena única en su género.

El trabajo actoral es impecable. Paloma Cordero es la voz que da vida a Pina y a una libélula muy locuaz llamada Cora, también nos presenta a Maga, una intérprete muy peculiar; Mauricio Hernández corriendo arriba y abajo del escenario nos descubre a Tino y a Vicente; Paloma Hoyos está impresionante con ese trabajo corporal que transmite las tantas sensaciones que proyecta su personaje.

No hay que olvidar el trabajo de Marco Paredes, quien nos roba muchas carcajadas a través de la brillante personalidad de Aitor; a la vez que Pablo Rodríguez nos enternece con un personaje tan ajeno a muchas cosas, pero muy cercano al escenario; y el mismo, Iker Madrid, además de músico resulta todo un descubrimiento actoral con su personaje de Vico.

En resumen hay que decir que esta obra es de las imperdibles de este año, así que aprovechen porque sólo se presentará hasta el 6 de noviembre, los domingos, en el Teatro Helénico. En verdad hay que ver y disfrutar El último teatro del mundo, una obra que sorprende y divierte a través de la magia de la escena a través de la fantasía de los títeres y una gran orquesta de cachivaches que lleva el ritmo de una historia que con gran sentido del humor cuestiona si la fama es aquello que se necesita para llegar a ser feliz. Un musical que logra devolvernos esa sensación de lo que representa enamorarse del teatro… y les aseguro que vale la pena volver a sentir la magia de ese gran momento.