El juego de los insectos, ópera de Federico Ibarra Groth en el Palacio de Bellas Artes

Por: Enrique R. Mirabal — 5 de junio, 2018

Opera de Bellas Artes presenta El juego de los insectos de Federico Ibarra, con la direccion concertadora de Guido Maria Guida y escenica de Claudio Valdes Kuri. Palacio de Bellas Artes, junio 2018 Una puesta llena de colores orquestales y escénicos que todavía se puede ver y oír el jueves 7, el domingo 10 y el martes 12 de junio en el Palacio de Bellas Artes.

La Ópera de Bellas Artes, nuestra institución dedicada a la lírica, raras veces incluye en sus temporadas alguna ópera mexicana, si bien es cierto que el género no parece atraer mucho a los compositores mexicanos y que la lista de obras que ameritan el rescate no es, precisamente, extensa.

El acierto más fehaciente es la puesta en escena de El juego de los insectos de Federico Ibarra Groth, una ópera que se estrenó en la Sala Manuel M. Ponce en 2009 en una versión con modesta escenificación. Ahora, le toca el estreno en grande en la Sala Principal y con todos los elementos necesarios para explotar su potencial dramático.

De Ibarra, hemos podido apreciar su dedicación por la ópera en muchas ocasiones, la más reciente con un programa doble de El pequeño príncipe y Antonieta. Ha sido posible seguir su trayectoria como compositor de prolífica e incesante creación, gracias a varias puestas de sus obras, precisamente en el Palacio de Bellas Artes.

Opera de Bellas Artes presenta El juego de los insectos de Federico Ibarra, con la direccion concertadora de Guido Maria Guida y escenica de Claudio Valdes Kuri. Palacio de Bellas Artes, junio 2018 Orestes parte y Alicia se suman a las antes mencionadas, así como otras que tuvieron su estreno en la UNAM, entre ellas, su primera incursión en el género que nos atrajo por su especial y muy agradable conjunción entre el lenguaje contemporáneo y la tradición lírica con apuntes singulares de otras variantes teatrales: Leoncio y Lena que data de 1981 y se basa en un guión de José Ramón Enríquez a partir de Georg Büchner y ha sido rescatada en estos días en el CENART por Christian Gohmer.

El punto de partida para El juego de los insectos es la obra teatral homónima, escrita en 1921 al alimón por los hermanos checos Joseph y Karel Capek. Si se repasa la literatura de ambos y, en especial, la de Karel, el más conocido de los dos, encontraremos algunas constantes como el reflejar la evolución de la ciencia en la actividad de los humanos, en particular, concebidos como herramienta de trabajo, el elemento fantástico imbricado con la tecnología y la crítica social, la creación de la palabra robot como sinónimo de esclavo, un universo distópico de insectos y salamandras más la amenaza del nazismo en ascenso en los años 30 constituyen el eje de varias de sus obras famosas.

Opera de Bellas Artes presenta El juego de los insectos de Federico Ibarra, con la direccion concertadora de Guido Maria Guida y escenica de Claudio Valdes Kuri. Palacio de Bellas Artes, junio 2018 En la literatura y el cine europeos de los años 20 y 30 del pasado siglo, pueden encontrarse semejanzas con la obra de Capek, particularmente, en la película Metrópolis de Fritz Lang. En la música, el también checo Leoš Janáček echa mano de otra obra de Capek, El caso Makropulos, para componer en los años 20 una ópera singular, cada vez más representada en la escena internacional y poseedora de una modernidad raras veces patente en obras recientes.

El juego de los insectos de Ibarra, con libreto de Verónica Musalem según la obra de Capek, nos invita a disfrutar, en complicidad con los autores, de un mundo en el que la imaginación sobrepasa la realidad y borra los límites entre la naturaleza humana y la conducta de los insectos a manera de satíricas coincidencias.

Estructurada como un viaje de exploración a través de diferentes nichos en los que habitan los insectos, la obra nos remite a los círculos de la Comedia de Dante, transformando la carga moralizante del poeta en un sarcástico ejercicio lúdico arropado en el diseño escenográfico de estructura metálica de Auda Caraza y Atenea Chávez y en el desenfadado vestuario de Jerildy Bosch. La iluminación, de Víctor Zapatero y la coreografía de Alicia Sánchez. La producción corre a cargo de un profesional del teatro, Julián Robles.

Opera de Bellas Artes presenta El juego de los insectos de Federico Ibarra, con la direccion concertadora de Guido Maria Guida y escenica de Claudio Valdes Kuri. Palacio de Bellas Artes, junio 2018 La dirección escénica recae en Claudio Valdés Kuri quien nos sorprendiera gratamente en décadas atrás con su escalonada visión del Becket de Anouilh y con el divertimento multidisciplinario De monstruos y prodigios. En ambas puestas y en otras posteriores como su acercamiento a Juana de Arco o en la sarcástica visión del mundo de los cantantes y sus gallos que no son mascotas, Valdés Kuri suma a su favor la formación musical que ha alternado con la teatral.

Un dramaturgo que pueda leer la partitura y viviseccionar la ópera en cuestión no será proclive a los desmanes que otros colegas, desconocedores e indiferentes de lo esencial de la ópera como la proyección de la voz, la acústica del recinto y entender que los cantantes de ópera no tienden a ser buenos actores y, por lo tanto, no debe potenciarles sus carencias, son puntos básicos y elementales para no convertir el espectáculo en un muestrario de excéntricas ocurrencias con pretensiones de genialidad, lo cual no se contrapone con la intención de que cada creador quiera dejar su impronta.

Opera de Bellas Artes presenta El juego de los insectos de Federico Ibarra, con la direccion concertadora de Guido Maria Guida y escenica de Claudio Valdes Kuri. Palacio de Bellas Artes, junio 2018 En El juego de los insectos, no sólo están presentes los insustituibles cantantes sino que también los acompañan bailarines y actores, muestra clara de un proyecto que apunta a lo integral, algo tan válido como riesgoso: si funciona es maravilloso pero si se siente forzado, superfluo y estorboso, termina siendo contraproducente. Con las credenciales de los artistas involucrados, esperamos lo óptimo.

Para finalizar, aplaudimos la iniciativa de la dirección de la Ópera de Bellas Artes de invitar al maestro Guido Maria Guida a dirigir la Orquesta y el Coro de Bellas Artes. Guida había sido, años atrás, un huésped consuetudinario de la compañía y el responsable de muy logradas, musicalmente hablando, óperas en las últimas décadas. Su ausencia no es justificable pero sí puede ser corregida, como en esta ocasión, y tomarse como el reinicio de una vieja amistad.

En el caso de esta partitura de Federico Ibarra, al igual que en su música sinfónica y de cámara, el conductor debe estar familiarizado con las más complejas tendencias del siglo XX de las que ha abrevado el compositor y también ser afín a la sensibilidad que marca sus composiciones. Ibarra no desdeña la música popular ni otros géneros no clásicos. Puede sentirse inspirado por una melodía de moda en otra época, v.gr., Plaisir d’amour en Antonieta o en un aire de danza de tiempos remotos. Nada humano le es ajeno. Ni los insectos. Fotos: María Cristina Gálvez.

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“Uno no debe permitirse salir al escenario sin estar preparado en cuanto al conocimiento del personaje que se interpreta, si el ballet tiene una historia hay que contarla y vivirla lo mas real posible. Como intérprete, el reto es hacer llegar y entender al público la historia solo con los movimientos del cuerpo”, Raúl Fernández, diciembre 2009.